lunes, 28 de septiembre de 2009

El entierro de las rosas. Exilio.




Por entre la polvareda del cielo y las brumas inmóviles algo se asoma, acarreando los rostros de estrellas y algún que otro cuerpo en la lejanía. No es la luna. Quizás sean cometas, árboles del espacio, puentes del sueño. Están allá entre lo inmenso del vacío, espirales, surgentes.
Y entonces veo correr al río y prosigo mi canción. No es que ignore la profundidad de la noche, el hastío del cielo. Las aves partieron ayer; pero la primavera no ha venido todavía y hoy está nublado allá arriba. Quizás mañana vuelvan esos espectros del viento, amigos del horizonte.
-¿Por que no te alejas de aquí, alma inerte, de estos campos de luz?
Esto me gritaba un vagabundo en medio de los molinos y el viento de estío, y tuve que alejarme. Mas, me detuve antes un instante. Nadie debería ser expulsado del suelo que ama. Quien ha plantado flores en su propia tierra y es mandado al exilio, al perder su jardín pierde su propia vida. Quien es separado de las cosas que ama permanece en la sombra, sin recibir jamás luz alguna.
¡Oh, amigo de la noche! ¿Acaso conoces al hombre del callejón sucio, al señor de la barba, al insano? No hijo mío; nadie conoce a su prójimo, así como nadie recuerda a un amigo que se fue después de un tiempo. No dejes que la muerte florezca en tus campos. Habrá cadáveres por árboles, tumbas por geranios.
¿Quién se atreve a pisar de noche estas tierras?

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Vislumbre

Sucedió hace algún tiempo atrás, entre el lóbregue filo de la noche y las brumas en remolinos del invierno. Era un campo solitario cubierto de trigo y pastizales helados. Walter, el linyera, había plantado cadáveres de rosas en el baldío. Las regaría por la mañana y en poco tiempo nacerían de nuevo. Después, con el tiempo, veríamos desfilar a esos fantasmas que nos susurrarían al oído. Vendrían al anochecer, de la mano de nuestra amiga la muerte.
¡Ay, que profundo sentimiento de vida y de muerte había por esos lares! ¿Lo recuerdas amigo de los bosques? ¿Has oído entonces bramar a la luna en tu lecho solitario?

Los cardos tiritaban de frío
en ese andén de tardes de lluvia,
con las lunas golpeando ventanas,
y el silencio y la muerte en la bruma.

No deberíamos hablar de muerte sino hasta el final. ¿No has visto que todo final feliz termina con la vida? El campo ha madurado ya por estos días y al final ya no es como antes; sólo queda la muerte como final feliz para algunas historias. Y las flores finalmente morirán. Me lo dijo el invierno.
-¿Crees que estas rosas germinarán para el otoño? – Me preguntó el linyera.-
-¿Es que no conoces todavía a tu propio jardín? Si vuelven a morir quizás les des un consuelo.

No volví a verlo por varios días.
Una tarde llovía atrozmente en el sur, y lo único que podía hacer era leer y dormir. Ahi fue cuando creí comprender la profundidad de la vida, antes de la muerte. Una a una vi caer las gotas sobre el césped, oyéndolas como si fueran susurros.
Me dispuse a caminar por la avenida y después de pasar por el puente me crucé a quienes ya estaban hermanados con la muerte, a los fantasmas olvidados. Ellos no me veían. Se movían en filas, en una ronda interminable. ¡Dios mío! ¡Pobres gentes a quienes los vientos marchitaron! Y yo, quizás también un poco marchito, sentí pena. La vida sólo era un sueño confuso, y después vendría ese otro sueño aún más largo y oscuro del descanso eterno. Pero es de día aún, y llueve. El campo se encuentra oscuro y desolado, pero puedo sentir el olor de la lluvia mojando el pasto, las caricias del viento en el rostro joven. ¿Qué importa lo que vendrá después? Importa la esencia, lo que se es cuando se nace.
Los fantasmas siguieron desfilando bajo el puente hasta el anochecer. Entonces apagué las luces de los focos de mi hogar en ruinas.

- Walter, ¿han germinado tus rosas?
El hombre estaba meditabundo, sentado a la sombra nocturna de un nogal.
- ¡Ah si! ¡Ya empieza a dar sus frutos la primavera!

Es cierto. Ya es la primavera. El rincón mas oculto del bosque se abre para que los cuervos construyan sus nidos. También los zorzales cantan, y las golondrinas.
En uno de esos rincones me quedé dormido. Era el seno de la ribera, donde se deposita la sal de las lágrimas. Era el principio del silencio, donde todavía existe la vida.
Entonces puedo seguir tarareando mi canción.

(continúa....)