miércoles, 24 de junio de 2009

ARTHUR RIMBAUD




EL BARCO EBRIO


Mientras descendía por Ríos impasibles,
sentí que los remolcadores dejaban de guiarme:
Los Pieles Rojas gritones los tomaron por blancos,
clavándolos desnudos en postes de colores.

No me importaba el cargamento,
fuera trigo flamenco o algodón inglés.
Cuando terminó el lío de los remolcadores,
los Ríos me dejaron descender donde quisiera.

En los furiosos chapoteos de las mareas,
yo, el otro invierno, más sordo que los cerebros de los niños,
¡corrí! y las Penínsulas desamarradas
jamás han tolerado juicio más triunfal.

La tempestad bendijo mis desvelos marítimos,
más liviano que un corcho dancé sobre las olas
llamadas eternas arrolladoras de víctimas,
¡diez noches, sin extrañar el ojo idiota de los faros!

Más dulce que a los niños las manzanas ácidas,
el agua verde penetró mi casco de abeto
y las manchas de vinos azules y de vómitos
me lavó, dispersando mi timón y mi ancla.

Y desde entonces, me bañé en el poema
de la mar, lleno de estrellas, y latescente,
devorando los azules verdosos; donde, flotando
pálido y satisfecho, un ahogado pensativo desciende;

¡donde, tiñendo de un golpe las azulidades, delirios
y ritmos lentos bajo los destellos del día,
más fuertes que el alcohol, más amplios que nuestras liras,
fermentaban las amargas rojeces del amor!

Yo sé de los cielos que estallan en rayos, y de las trombas
y de las resacas y de las corrientes:
¡yo sé de la tarde, del alba exaltada como un pueblo de palomas,
y he visto alguna vez, eso que el hombre ha creído ver!

¡Yo he visto el sol caído, manchado de místicos horrores.
iluminando los largos flecos violetas,
parecidas a los actores de dramas muy antiguos
las olas meciendo a lo lejos sus temblores de moaré!

¡Yo soñé la noche verde de las nieves deslumbrantes,
besos que suben de los ojos de los mares con lentitud,
la circulación de las savias inauditas,
y el despertar amarillo y azul de los fósforos cantores!

¡Yo seguí, durante meses, imitando a los ganados
enloquecidos, las olas en el asalto de los arrecifes,
sin pensar que los pies luminosos de las Marías
pudiesen frenar el morro de los Océanos asmáticos!

¡Yo embestí, sabed, las increíbles Floridas
mezclando las flores de los ojos de las panteras con la piel
de los hombres! ¡Los arcos iris tendidos como riendas
bajo el horizonte de los mares, en los glaucos rebaños!

¡Yo he visto fermentar los enormes pantanos, trampas
en las que se pudre en los juncos todo un Leviatán;
los derrumbes de las aguas en medio de la calma,
y las lejanías abismales caer en cataratas!

¡Glaciares, soles de plata, olas perladas, cielos de brasas!
naufragios odiosos en el fondo de golfos oscuros
donde serpientes gigantes devoradas por alimañas
caen, de los árboles torcidos, con negros perfumes!

Yo hubiera querido enseñar a los niños esos dorados
de la ola azul, los peces de oro, los peces cantores.
Las espumas de las flores han bendecido mis vagabundeos
y vientos inefables me dieron sus alas por un momento.

A veces, mártir cansada de polos y de zonas,
la mar cuyo sollozo hizo mi balanceo más dulce
elevó hacia mí sus flores de sombra de ventosas amarillas
y yo permanecía, al igual que una mujer, de rodillas...

Casi isla, quitando de mis bordas las querellas
y los excrementos de los pájaros cantores de ojos rubios.
¡Y yo bogué, mientras atravesando mis frágiles cordajes
los ahogados descendían a dormir, reculando!

O yo, barco perdido bajo los cabellos de las algas,
arrojado por el huracán contra el éter sin pájaros,
yo, a quien los Monitores y los veleros del Hansa
no hubieran salvado la carcasa borracha de agua;

Libre, humeante, montado de brumas violetas,
yo, que agujereaba el cielo rojeante como una pared
que lleva, confitura exquisita para los buenos poetas,
líquenes de sol y flemas de azur;

Yo que corría, manchado de lúnulas eléctricas,
tabla loca, escoltada por hipocampos negros,
cuando los julios hacían caer a golpes de bastón
los cielos ultramarinos de las ardientes tolvas;

¡Yo que temblaba, sintiendo gemir a cincuenta leguas
el celo de los Behemots y los Maelstroms espesos,
eterno hilandero de las inmovilidades azules,
yo extraño la Europa de los viejos parapetos!

¡Yo he visto los archipiélagos siderales! y las islas
donde los cielos delirantes están abiertos al viajero:
¿Es en estas noches sin fondo en las que te duermes y te exilas,
millón de pájaros de oro, oh Vigor futuro?

¡Pero, de verdad, yo lloré demasiado! Las Albas son desoladoras,
toda luna es atroz y todo sol amargo:
El acre amor me ha hinchado de torpezas embriagadoras.
¡Oh que mi quilla estalle! ¡Oh que yo me hunda en la mar!

Si yo deseo un agua de Europa, es el charco
negro y frío donde, en el crepúsculo embalsamado
un niño en cuclillas colmado de tristezas, suelta
un barco frágil como una mariposa de mayo.

Yo no puedo más, bañado por vuestras languideces, oh olas,
arrancar su estela a los portadores de algodones,
ni atravesar el orgullo de las banderas y estandartes,
ni nadar bajo los ojos horribles de los pontones. "

martes, 16 de junio de 2009

Y una noche la luna se tiñó de negro





En Buenos Aires, lejos donde los charcos crecían y los ríos volvían a ser mar, y los mares crecían tan azules como el vestido del cielo, una noche la luna se tiñó de negro.
Y la dama buscaba al sol, oculto a miles de años luz: le decían la estrella extinguida.

Y si todo no fuese solo piedras, yo te hablaría, estrella mía:
-¿Y porque sigues ha tiempo la luz sola del dios del fuego?
¿Por qué te has ido estrella mía?

Valía la pena ver el eclipse.
Desde los campos la noche era mas negra y los geranios sollozaban al silencio de las aves y los grillos.

Todo enmudecía.
La carretera se encontraba muy fría, tan infausta como el cruel ocaso en donde buscamos al ave muerta en los nidos del ayer, y en los bosques. ¡Cruel! ¡Noche Cruel!
Nunca te pareces a esos mundos fantásticos llenos de flores, el paraíso nunca existió.

Pero, silencio.
La luna y el sol enmudecían.
Los dos reyes, hechos de un mismo hielo y azufre, colisionaban hasta fundirse los dos en un solo astro, y el señor de amarillo parecía ahogarse en el vientre nuestra madre, la luna.
Todo fue fugaz, y en un solo instante el profundo manto de la noche nos cubrió todo, hasta el mar de Punta Alta, y los arroyos que nunca existieron, porque simplemente lo que el poeta imagina es lo que no existe.

La luna se comió al sol.

Desde entonces el hombre lobo salió a habitar por siempre la pequeña plaza del barrio, y cada tanto sus aullidos prolongan nuestro miedo, y los cipreses se van volviendo cada vez mas polvo, hasta volver al seno de la tierra, de donde es que nacen.

Y la estrella jamás volvió a aparecer.

martes, 2 de junio de 2009

Vida y muerte de la mariposa




A la mariposa no le gustaba verse sola en el capullo y no tener alas, pero recordó un rato antes el pozo en el que se había visto. Era como en un sueño, pero no entendía lo que veía: brumas blancas y bosques interminables de vegetación tupida; estanques de aguas vaporosas; árboles de humo y pájaros quietos en la sombra de los nenúfares. Pero los pájaros no cantaban: ni siquiera se movían. La vegetación tan verde se aquietaba en el viento ausente recorriendo el rocío, el vapor volátil que los estanques arrojaban en el suelo. Las algas partían del río cuesta arriba, aferrándose a los cipreses.

Había tanto ruido y a la vez el silencio. El silencio arraigado desde la tierra que a la vez no era tierra, en el agua que a la vez no era y en todo el murmullo que se ensañaba en la completa soledad. Porque en realidad todo lo que había ahí no era, no existía. No era tampoco un sueño, porque en los sueños a veces es tangible el silencio, la tierra, el aire. Ni siquiera existían las brumas y los bosques, y todo lo que la mariposa veía era una invención de la nada, pues ella tampoco existía. Aún no había nacido.

Este estar y no existir la llevó a flotar en algo que parecía un lago, y algo que había en todo el azul, al brillar, reflejaba del otro lado del agua un pozo enorme. Después las corrientes las arrastraron hasta el pozo y fue tragada junto con todo ese mundo inexistente que la rodeaba. Podría decirse que de alguna manera inconsciente conoció la eternidad, la nada interminable que nunca empieza y que a la vez nunca acaba.
Del otro lado de la Tierra, acá donde el tiempo existe y corre y la hojarasca rueda, y el viento sopla, acá donde todo ser vivo siente el tenaz paso de las horas y ve como su rostro se cubre de arrugas, comenzaba la primavera.

La luz del sol se vio a primera hora del alba rociando los pastizales y jardines, y el rosal y los geranios vieron nacer sus primeros pétalos. Los grillos despertaron y hubo caravanas de caracoles trepando los árboles. El día nació como el cuadro de algún loco pintor. Pero no había pasado el momento eterno para la mariposa, y luego de salir del pozo quedó en un valle entre los musgos, sintiendo el viento de su vida que iba a comenzar. Ese otro escenario era aún más ensoñador.

Tan pronto como cayó entre los musgos del suelo, varias enredaderas lo atraparon haciéndolo girar por un camino en espiral hasta que, llegando al techo de una gran masa vidriosa, ciertos seres lo envolvieron en una tela. Después terminó hundiéndose en el agua estancada. Así fue que cayó de nuevo en un pozo, y ahí en donde quedó nacieron luego racimos de tréboles y oquedales de primavera. Todo había comenzado.

En la Tierra, ya comenzada la mañana y con la luz del sol ya plena, con el rocío evaporándose para convertirse en suave brisa, en el árbol, en el ciprés donde la reina mariposa cosechó vida, el capullo comenzó a moverse. Primero hubo un desliz de la hoja reseca que quedó del otoño y un rumor de libélulas que miraban con recelo. Mas abajo se detuvo el montón de hormigas en el césped que curiosas observaban, y palomas que venían del sur a mirar el nacimiento. ¡Que impresionante era todo aquello! Pues no hay nada más puro que algo que recién nace. Una criatura que, como la mariposa, siendo tan efímera es a la vez tan pura; como todas las criaturas que existen, pues lo único que hay en ellas es pureza inocencia.

Para ese entonces el sol había declinado un poco su luz debido a algunas nubes que lo cubrían, pero antes de llegar el mediodía se dejó ver de nuevo. Así fue que un tenue rayo cayó sobre el árbol donde se encontraba el capullo, y en sólo un instante salió el ave de colores abriendo sus alas majestuosas. Entonces las hormigas y los caracoles siguieron su rumbo, y los vientos acompañaron en el vuelo a la mariposa hasta que ésta falleció.

A la mañana siguiente hacía frío y marché hacia el parque en donde decían que había nacido la mariposa. Busqué entre las hojas secas y entre los arbustos y oquedales pero no encontré nada. Cuando quise partir vi que de la tierra brotaba un geranio de muchos colores, y después comprendí que ahí era donde había muerto aquélla. Mas tarde cuando salí del parque la vi: en la alfombra de los lirios yacía, con las alas aún un poco vivas, ya que habían volado hasta hace algunas horas.

Un pequeño aire de tristeza me invadió al pensar en todo el proceso por el que tuvo que pasar para vivir tan sólo un día, que su agonía habría sido quizás mas larga que su propia vida. También pensé en si habrá después del sueño algo parecido a aquél mundo de brumas y estanques en el que había vivido la mariposa antes de nacer.
En realidad todo esto no me incumbía, puesto que no existía.

Por el fondo del valle me marché caminando.