domingo, 4 de octubre de 2009

Visión extasiada en el pubis de Venus



Una tarde mirando las estrellas de mar,
tórtolas marinas nadando en las algas del empíreo
vi en los pechos de ámbar de Euterpe,
y, al son de liras de ombú y abedul,
me miraba, niña de rizos violeta,
con sus ojos de mar, tan cándidos.

Tan bella, sus labios de almíbar besaron los lirios
y las almejas del río brotando líquenes
sobre los faros del parque de Mayo,
y entre sus cabellos violetas de trigo francés
asomó una hoja de opio espolvoreada de estrellas,
rociando el éter de humos multicolores.

Entonces las nubes de plomo se abrieron,
convulsionando los negros valles de Elusión
y a los cantores de amor en los cipreses
que se alzaron en los hombros de mi amada,
que, teniendo en manos el arco de Cupido,
atravesó mi pecho con la furia de Etna.

Hermosa Venus, encendió mis labios desiertos
y mi vuelo de corcel alado,
dándome a beber del Iguazú cristalino
de sus pechos de ámbar;
justo en la noche de los soles largos,
ella Luna, desnuda, sobre la hierba…

Y a cada beso de mi sirena lujuriosa
yo, alzando mis velas en sus mares azules,
perdía la brújula y doblaba el timón,
cuando, anclando mis ojos en su mirada eterna,
sentía el reflujo de los astros deslumbrantes
de sus piernas sobre las rosas del jardín.

Y entonces, como hiena hambrienta en celo
desgarré sus frágil piel de terciopelo,
herido de amor al éxtasis de su fuego;
guardándome al lecho en compañía suya,
ángel de cera, sirena cruel que tarareaba
a mi alma, desgajándola a un cóctel de estrellas.

Así bebía ella los licores de empíreo,
dándole a mis besos sabores de menta
afrodisíaca en largos vasos de ambrosia,
hasta que caímos de hogueras extasiados,
al pavor de las románticas sombras
de sus caricias y etéreos besos.

Arcángel, Cupido flecho mi negro laúd,
quimera de las pasiones,
dándome besos del sabor del Leteo,
trayendo las sagradas aguas del Sena
a los rincones de mi despintada poesía,
traspasando mis letras con sus versos de polen.

Musa celestial, más melancólica que la lluvia
y mas dulce que el opio del Brasil,
mas cruel que Átropos y Circe
dejó en mi pecho la marca del amor,
descargando su ballesta en los cielos de azur,
mientras llovía palomas en los ventanales.

¡De mas colores que el arco iris,
bella mas que las aves de invierno!
Con el cabello enroscado de estrellas
jugaba en los charcos de lapislázuli,
niña demonio, silbando a los cometas
que se deslizaban sobre su blanca frente.

Musa celestial,
creo oler opio en tus vestidos,
cuando, en la noche de las tórtolas
me traes un beso como de algodón,
que danza intrépido,
derramándose en el acíbar amargo.

Musa celestial, que tiene ojos de Luna,
desnudándose,
a la vista de los soles recelosos,
entre los pechos un lirio lleva,
abriéndose,
sus labios de hermosa Venus.

Julio de 2007

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