martes, 2 de junio de 2009

Vida y muerte de la mariposa




A la mariposa no le gustaba verse sola en el capullo y no tener alas, pero recordó un rato antes el pozo en el que se había visto. Era como en un sueño, pero no entendía lo que veía: brumas blancas y bosques interminables de vegetación tupida; estanques de aguas vaporosas; árboles de humo y pájaros quietos en la sombra de los nenúfares. Pero los pájaros no cantaban: ni siquiera se movían. La vegetación tan verde se aquietaba en el viento ausente recorriendo el rocío, el vapor volátil que los estanques arrojaban en el suelo. Las algas partían del río cuesta arriba, aferrándose a los cipreses.

Había tanto ruido y a la vez el silencio. El silencio arraigado desde la tierra que a la vez no era tierra, en el agua que a la vez no era y en todo el murmullo que se ensañaba en la completa soledad. Porque en realidad todo lo que había ahí no era, no existía. No era tampoco un sueño, porque en los sueños a veces es tangible el silencio, la tierra, el aire. Ni siquiera existían las brumas y los bosques, y todo lo que la mariposa veía era una invención de la nada, pues ella tampoco existía. Aún no había nacido.

Este estar y no existir la llevó a flotar en algo que parecía un lago, y algo que había en todo el azul, al brillar, reflejaba del otro lado del agua un pozo enorme. Después las corrientes las arrastraron hasta el pozo y fue tragada junto con todo ese mundo inexistente que la rodeaba. Podría decirse que de alguna manera inconsciente conoció la eternidad, la nada interminable que nunca empieza y que a la vez nunca acaba.
Del otro lado de la Tierra, acá donde el tiempo existe y corre y la hojarasca rueda, y el viento sopla, acá donde todo ser vivo siente el tenaz paso de las horas y ve como su rostro se cubre de arrugas, comenzaba la primavera.

La luz del sol se vio a primera hora del alba rociando los pastizales y jardines, y el rosal y los geranios vieron nacer sus primeros pétalos. Los grillos despertaron y hubo caravanas de caracoles trepando los árboles. El día nació como el cuadro de algún loco pintor. Pero no había pasado el momento eterno para la mariposa, y luego de salir del pozo quedó en un valle entre los musgos, sintiendo el viento de su vida que iba a comenzar. Ese otro escenario era aún más ensoñador.

Tan pronto como cayó entre los musgos del suelo, varias enredaderas lo atraparon haciéndolo girar por un camino en espiral hasta que, llegando al techo de una gran masa vidriosa, ciertos seres lo envolvieron en una tela. Después terminó hundiéndose en el agua estancada. Así fue que cayó de nuevo en un pozo, y ahí en donde quedó nacieron luego racimos de tréboles y oquedales de primavera. Todo había comenzado.

En la Tierra, ya comenzada la mañana y con la luz del sol ya plena, con el rocío evaporándose para convertirse en suave brisa, en el árbol, en el ciprés donde la reina mariposa cosechó vida, el capullo comenzó a moverse. Primero hubo un desliz de la hoja reseca que quedó del otoño y un rumor de libélulas que miraban con recelo. Mas abajo se detuvo el montón de hormigas en el césped que curiosas observaban, y palomas que venían del sur a mirar el nacimiento. ¡Que impresionante era todo aquello! Pues no hay nada más puro que algo que recién nace. Una criatura que, como la mariposa, siendo tan efímera es a la vez tan pura; como todas las criaturas que existen, pues lo único que hay en ellas es pureza inocencia.

Para ese entonces el sol había declinado un poco su luz debido a algunas nubes que lo cubrían, pero antes de llegar el mediodía se dejó ver de nuevo. Así fue que un tenue rayo cayó sobre el árbol donde se encontraba el capullo, y en sólo un instante salió el ave de colores abriendo sus alas majestuosas. Entonces las hormigas y los caracoles siguieron su rumbo, y los vientos acompañaron en el vuelo a la mariposa hasta que ésta falleció.

A la mañana siguiente hacía frío y marché hacia el parque en donde decían que había nacido la mariposa. Busqué entre las hojas secas y entre los arbustos y oquedales pero no encontré nada. Cuando quise partir vi que de la tierra brotaba un geranio de muchos colores, y después comprendí que ahí era donde había muerto aquélla. Mas tarde cuando salí del parque la vi: en la alfombra de los lirios yacía, con las alas aún un poco vivas, ya que habían volado hasta hace algunas horas.

Un pequeño aire de tristeza me invadió al pensar en todo el proceso por el que tuvo que pasar para vivir tan sólo un día, que su agonía habría sido quizás mas larga que su propia vida. También pensé en si habrá después del sueño algo parecido a aquél mundo de brumas y estanques en el que había vivido la mariposa antes de nacer.
En realidad todo esto no me incumbía, puesto que no existía.

Por el fondo del valle me marché caminando.

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